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El Zumbido Verde

La naturaleza ¿una idea política?

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La palabra naturaleza es una palabra muy complicada. Tal vez una de las primeras ideas que se vienen a la cabeza, es la de un todo que representa a lo que no es humano, a lo que no ha sido tocado por las personas, y a lo que ha surgido sin que la humanidad haya metido sus manos. Casi siempre la naturaleza es algo distinto a lo humano: existe una dicotomía formada por la naturaleza y la humanidad.

En lugar de transformar las cosas en sencillas, sabias, humildes y hermosas, como en esas imágenes idílicas que tenemos de la naturaleza, la dicotomía humanidad-naturaleza, las ha complicado mucho. Por un lado, la naturaleza se ha transformado en una víctima de la humanidad, que poco a poco va siendo destruida por una combinación de las más bajas pasiones del ser humano, y de la satisfacción de las necesidades de las sociedades. La naturaleza es un ser al que debemos cuidar y proteger. Por otro lado, la naturaleza es también un obstáculo al desarrollo; protegerla, entonces, representa un dilema ético ¿quién es más importante el ser humano o la naturaleza? la respuesta correcta y madura puede ser solo una…

¿Es esto así? ¿Tenemos que escoger entre las personas y la naturaleza? ¿Es el movimiento ecologista un movimiento insensato? ¿La naturaleza y la humanidad son seres o existencias  diferentes? La naturaleza es una noción poderosa. Es una noción que ha sido producida, problematizada, humanizada, sistematizada y politizada; la naturaleza puede ser  descrita de muchas maneras diferentes, y las expresiones que se utilizan para hacerlo están ligadas al ejercicio de poder en las sociedades.

Esa dicotomía que separa a la sociedad de la naturaleza no siempre ha existido, y tampoco es la forma de entender a la naturaleza más común en la humanidad. Parece ser que esa idea de la naturaleza como un ser diferente, como un espacio que sirve para la contemplación de la belleza, para buscar la espiritualidad o simplemente para el ocio, es una idea ligada a la modernidad europea, y desde ahí fue diseminada por todo occidente. Se podría decir que es una concepción occidental, derivada del positivismo y la ilustración, y por tanto es una concepción patriarcal.

Las sociedades humanas siempre han dependido directamente de las cosas que han tomado de la tierra, y también de las que han aprendido a cultivar en la misma tierra. Hasta antes de la invención de la máquina de vapor, la única energía con la que contábamos para producir y para extraer las cosas que necesitábamos, era la energía de nuestro propio cuerpo (energía endosomática); es decir, que nuestro sustento dependía directamente de nuestro trabajo (que en términos físicos se entiende como energía/tiempo).

Este simple suceso, la invención de la máquina de vapor, marca el inicio de la industrialización, y de la modernidad. La modernidad se caracteriza, no sólo por el crecimiento  impresionante de los espacios urbanos, y el surgimiento de las primeras mega-ciudades, sino también por todos los problemas que se derivan de la llegada masiva de gente a estos centros.

Los problemas de hacinamiento, de saneamiento, de sustento, de  vivienda, y de trabajo de la población debían ser resueltos. La gente tenía que comer, y en los espacios urbanos no había donde cultivar; la gente tenía que calentarse, y en los espacios urbanos no había leña; además la gente necesitaba agua para todo lo que las personas usamos el agua, y también necesitaba saneamiento para llevar lejos  toda la porquería que ella mismo producía. La solución de estos problemas, poco a poco lleva a una aparente ruptura entre las sociedades, y el metabolismo ecológico del que siguen dependiendo.

Esta supuesta ruptura se da porque la gente ya no extrae las cosas de la naturaleza, sino que las compra en el mercado: el agua, el carbón y la leña, los combustibles, la electricidad, y los alimentos. Además, se establecen servicios de saneamiento ambiental que desaparecen de la ciudad a la basura y a las aguas servidas, junto con sus olores nauseabundos, su asqueroso y antiestético aspecto, y todas las enfermedades que transmiten. El saneamiento no sólo desaparece toda la mierda de las ciudades, sino también de las mentes; de las mismas mentes donde no queda espacio para recordar que la porquería no ha desaparecido, sino que se ha trasladado a otro lugar, donde normalmente vive gente que no tiene el poder para proteger su territorio (esto último no ha cambiado mucho: basta mirar dónde están los rellenos sanitarios y botaderos de basura, dónde desfogan los alcantarillados y dónde se están las plantas de tratamiento, dónde están los desechos tóxicos y nucleares, qué pasa con los desechos electrónicos, en fin).

De esta manera, surge la noción de la naturaleza metropolitana, esa naturaleza para la búsqueda espiritual, el ocio y la contemplación. Nace un discurso sobre lo no humano creado en los centros urbanos, que moldea la mente de su gente desconectándola de su territorio. Es así, que el vínculo entre las sociedades y su territorio ha dejado de ser un vínculo material.

La naturaleza metropolitana es un ser que necesita ser cuidado, pero también es un ser al que podemos culpar y dominar, es una fuente de crisis de la que debemos protegernos: inundaciones, sequías, derrumbes, terremotos, huracanes, ciclones, maremotos, etc. Este cambio de nociones, también implica una transformación profunda de las percepciones sobre las relaciones entre lo urbano y lo rural.

Es así que la naturaleza se vuelve un concepto útil, un discurso que sirve para justificar decisiones económicas y políticas. La dicotomía sociedad-naturaleza ha permitido el uso de la naturaleza como una fuente de crisis, facilitando el ejercicio del poder al justificar decisiones políticas y económicas específicas.

Llegados a este punto, es muy importante que recordemos que lo que la política y las sociedades entendemos por ambiente natural es muy diferente del ambiente real. Los seres humanos, y las sociedades, creamos imágenes de lo real, a las que llamamos realidad. Estas realidades particulares son moldeadas por discursos específicos. Es así que lo real es diferente de la realidad. La imagen de la realidad se crea bajo diferentes paradigmas culturales, y en el marco de unas relaciones de poder específicas. Son, por tanto, estas relaciones de poder, discursos y paradigmas quienes crean las diferentes concepciones de lo natural y del territorio. ¿Qué paradigmas y qué relaciones de poder están detrás de esa realidad que llamamos naturaleza?

La idea de naturaleza es una idea profundamente política. Es una realidad que gobierna las políticas de planificación ambiental y territorial, y que sustenta su aparataje institucional. Entender las diferentes nociones de naturaleza es fundamental para entender los procesos económicos, políticos y culturales que gobiernan cómo nos relacionamos con lo no humano.

¿Por qué me atrevo a decir que la naturaleza es una idea política? Tal vez uno de sus elementos, el agua, me ayude a explicarme mejor, si no lo hace es culpa mía y no del agua. El metabolismo de los sistemas urbanos se sostiene en la circulación constante de agua: hacia dentro, a través y hacia fuera de la ciudad, sin su flujo ininterrumpido, serían imposibles la vida, y el tejido de prácticas que constituyen la esencia de la ciudad. El agua es captada de la naturaleza, bombeada, purificada, regulada químicamente, entubada, transportada, comprada y vendida, utilizada en los hogares, por los seres vivos, en la agricultura, la industria, la generación eléctrica, transformada en residual y devuelta a la naturaleza. Su circulación, depende de unas redes tecnológicas invisibles que constituyen la infraestructura del agua, y su disposición, diseño y cobertura son decisiones políticas. El adecuado abastecimiento de agua, y la infraestructura que garantiza su provisión y calidad, están relacionados con la idea de la ciudad moderna. Por lo que el metabolismo del agua es profundamente político, y su escasez es una construcción social.

¿Qué tiene que ver toda esta lata que parece metafísica o alquimia con los problemas reales? Pues mucho, y por varias razones:

1.    Primero, porque esa desconexión percibida entre lo urbano y el metabolismo ecológico, es uno de los fundamentos del capitalismo, y por tanto, en buena medida el origen de la crisis ecológica.

2.    Segundo, porque es la base para la creación de problemas, y por tanto de las políticas que se supone que deben enfrentarlos. ¿Los problemas son creados? Pues según Hajer si: para poder crear una política, primero se debe crear un problema a su medida. Esto significa, que el fenómeno que se quiere enfrentar (da igual si es ecológico, social, cultural, político, económico, o de forma más real, todos ellos a la vez), primero debe ser definido, debe ser descrito, debe ser interpretado de tal manera que cuando se transforma en un problema (es problematizado), las instituciones que ya existen puedan enfrentarlo a través de políticas. Es claro que las políticas NO se crean para enfrentar problemas, son los problemas los que se crean para las políticas.

3.    Tercero, porque es la base de la mayor parte de las políticas ambientales y de gestión del territorio. Si el manejo del territorio se sostiene en una dicotomía humanidad-naturaleza, y en la separación de las sociedades y los territorios, este simplemente no puede estar bien.

4.    Cuarto, porque legitimiza la idea de la naturaleza como obstáculo al progreso y al desarrollo. Es más, fortalece y consolida el sin sentido del desarrollo, y de su disfraz verde: el desarrollo sustentable.

5.    Finalmente… tantas razones más como se les puedan ocurrir…

Por suerte para tod@s, ahora poco a poco vamos estando conscientes de esta dicotomía, y poco a poco vamos cuestionando y redefiniendo esta realidad. Pero tal vez lo más maravilloso de todo, es que se está produciendo también un increíble diálogo intercultural, que está generando nuevas realidades. Una revolución de ideas, generosamente compartidas, de visiones y cosmovisiones llenas de sabiduría, que vienen de los pueblos ancestrales de todos los continentes, que sin preocuparse de propiedades intelectuales,  liberan su sabiduría al mundo. La ciencia tampoco se ha aislado de este proceso, hoy las ciencias de la complejidad, la ecología, la economía ecológica, la ecología política, las antropología, la sociología, también cooperan y participan en la gestación de esas nuevas realidades… Esos otros mundos que si son posibles ya existen, sólo tenemos que aprender a mirarlos, y nutrirlos para crezcan y maduren…

Investigador y docente universitario. La Ciencia y Tecnología Ambientales son un espacio enorme y diverso, casi indefinido. Mi doctorado es justamente en ciencia y tecnología ambientales. En ese contexto, todas mis líneas de trabajo e investigación pueden ser entendidas como Ecología Humana. Más específicamente, me he dedicado tanto a la Ecología Política Urbana y a la Ecología Política de la Conservación, como a la Economía Ecológica. Ya en la economía ecológica he trabajado el estudio del Metabolismo Social, y su relación con la cultura, la sociedad, y la organización del territorio, con énfasis especial en el agua. Las líneas de investigación en economía ecológica y ecología política rompen la barrera de las ciencias ambientales y las ciencias sociales, integrando la ecología, la economía, la sociología, la politología, la geografía y la antropología de forma transdisciplinar. Adicionalmente, mis intereses académicos se relacionan con el pensamiento crítico, el feminismo, la epistemología, las ciencias de la complejidad, la teoría del Kaos, y el comportamiento humano. Tengo un interés muy fuerte en la educación popular, la investigación acción y la ciencia post-normal. Mi experiencia de trabajo, además de la investigación, se relaciona con la gestión de procesos, programas y proyectos de investigación, y con los procesos de planificación y gestión de organizaciones académicas y de investigación. Haber servido a la sociedad desde lo público como Coordinador Zonal de SENESCYT para las zonas 3, 6 y 7 fue una experiencia de aprendizaje vital en mi vida. Me apasiona el arte y el aprender de las culturas. Hice teatro por cerca de 10 años, desde los 12 años de edad, y esas experiencias y aprendizajes marcaron mi vida. Soy practicante desde hace más de 20 años de Bujinkan Budo Taijutsu, un sistema de artes marciales japonesas ancestrales y no competitivas. Hoy soy parte del colectivo @LaKolmenaEc y de su panal La Eskuela (@ECLAESCUELA) En el que trabajamos en educación política desde la educación popular, coordino el área de ecologismo interseccional.

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