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Opinión

La maternidad como forma de violencia simbólica

Cuando me convertí en mamá comencé a entenderme verdaderamente feminista. Y es que los roles de cuidado, socialmente asignados a nosotras, nos hacen repensar y revalorar nuestras capacidades, nuestros deseos e incluso nuestro lugar en el mundo.

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Cuando me convertí en mamá comencé a entenderme verdaderamente feminista. Y es que los roles de cuidado, socialmente asignados a nosotras, nos hacen repensar y revalorar nuestras capacidades, nuestros deseos e incluso nuestro lugar en el mundo.

El deber ser por sobre el querer ser, o el “ser para otros” y el “ser para una misma” entran muchas veces en contradicción. Las presiones sociales, los comentarios “sin malicia”, hacen que nosotras empecemos a adoptar un rol de super mujeres, abnegadas y entregadas, dejando de lado muchas veces el placer de sentirnos plenas en distintos espacios, sean de trabajo, de estudio, de amistades, de pareja o incluso como madres.

Este texto, más que un desahogo (o talvez sí), es un intento de demostrar que la violencia simbólica sobre las mujeres, se ejerce en lo más íntimo de la cotidianidad de ese rol que se supone es tan nuestro, pero que está cargado de imposiciones sociales de otros. Por eso es que debemos enseñar y enseñarnos que nuestra plenitud no radica únicamente en la entrega incondicional, que no somos egoístas al buscar nuestros propios espacios y que cometer errores también es parte de la crianza con amor.

Según Pierre Bourdieu, la violencia simbólica es un tipo de violencia indirecta que se ejerce sobre el o la dominada, y se reproduce de manera imperceptible, legitimando una serie de comportamientos que se naturalizan, por lo que la persona dominada no es consciente sino más bien se vuelve cómplice del dominio al que es sometida. Dentro del sistema patriarcal, que coloca al varón como el centro y medida de las cosas y a las mujeres como aquellas que acompañan y ocupan roles secundarios condicionados, muchas veces, por la maternidad, este tipo de violencia está presente en el desarrollo de nuestras vidas, haciendo que, por un lado, minimicemos nuestras capacidades, y por otro, imponiéndonos roles que refuerzan esa percepción.

En este contexto, la idea de la maternidad como destino para las mujeres y la dedicación exclusiva a la crianza de los hijos e hijas son concepciones que constituyen este tipo de violencia sobre la mujer. Según Sharon Hays (1998), tres elementos de la maternidad intensiva serían los que fortalecen estos estereotipos: 1. Las madres como responsables principales del cuidado de los niños y niñas; 2. La maternidad como rasgo natural y emocionalmente absorbente; y, 3. La crianza con un enfoque centrado principalmente en los niños y niñas.

A estos elementos hay que sumarle la concepción del matrimonio como aspiración, la maternidad como destino innegable y la crianza desde la renuncia y abnegación. Por esto es que somos muchas las que tenemos que enfrentarnos a la frustración de no poder y no saber cómo compaginar el “querer” con el “deber”, elegir entre ser madre, profesional y a veces hasta mujer que desea, que ama y que siente.

En este camino, a veces lleno de huecos, postergar la carrera, rechazar trabajos mejor remunerados y/o más con más demanda, abandonar los gustos propios, son decisiones que se naturalizan para una mujer madre, pues desde la dominación ejercida desde el sistema patriarcal, no hay otra opción. Cuantas de nosotras sentimos incluso que no podemos tomar un baño sin que alguien demande de una, decidir la película o querer ir al cine solas ante la idea del abandono de los y las hijas que nos ha sido impuesta.

Pero la culpa siempre gana y preferimos sujetarnos al rol que en nosotras se ha naturalizado como cuidadoras antes que enfrentar el sistema que nos oprime. Y es así, pues la violencia que nos sujeta nos hace perder la propia voz y ocultamos el “pecado de la imperfección”.

Yo no reniego la maternidad, me ha dado mucha felicidad y varios aprendizajes sobre mí y sobre la vida, reniego la forma en la que nos han enseñado a serlo, renunciando a nosotras mismas, algo que incluso nos lleva a cuestionar nuestras capacidades como madres, profesionales, amigas o amantes.

La maternidad, retomando las palabras de Chimamanda Adichie Ngozi, debe partir de una premisa fundamental: “Yo importo. Importo igual. No “en caso de”. No “siempre y cuando”. Importo equitativamente. Punto”.

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