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Opinión

FUTURO POR LA VIDA Y LA SALUD, UN HORIZONTE DE LIBERTAD

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La libertad solo es posible cuando nos juntamos, cuando nos unimos para cooperar. Esta afirmación responde a la pregunta: ¿Qué significa ser libre para individuos considerados como parte de un todo, como miembros de una comunidad? Kant, en su crítica de la razón pura, decía que siempre es legítimo preguntarse si los conceptos resultan adecuados a sus objetos, esto es, si las definiciones que utilizamos revisten una finalidad práctica.

En este sentido, merecería la pena analizar nuestra noción de libertad a la luz de la pandemia. En el momento más oscuro de la crisis, nadie pensó que nos salvaríamos en solitario; el miedo nos obligó a devolver la mirada hacia las instituciones comunes, y la gente exigió, sin resultado efectivo, la intervención del gobierno en garantía de la protección de todos. A contramano de lo que Moreno afirmaba cuando decía que “ya no se deben construir grandes hospitales porque son difíciles de administrar y los pacientes se escapan, fueron precisamente los hospitales públicos, los tan denostados “elefantes blancos” del régimen anterior, los que permitieron contener en algo los devastadores efectos del virus.

Pero eso, por supuesto, no fue suficiente. Ecuador, a nivel planetario, fue reconocido como uno de los peores países en la gestión de la crisis sanitaria. Y es que en lugar de proveer de más respiradores, subvencionar los tratamientos de los contagiados o poner dinero en el bolsillo de la gente, el gobierno despidió a cientos de trabajadores de la salud y pagó por adelantado más de 936 millones de dólares de deuda externa, justo en el momento en el que nuestros compatriotas se desplomaban en las calles, abandonados a su suerte.

Que el Estado no interviniera -o más propiamente, que lo hiciera para favorecer los intereses económicos de las élites- creó un escenario generalizado de NO LIBERTAD. Nuestra libertad se nos escapó en las colas interminables de las UCIS, en los despidos intempestivos por “caso fortuito”, en la búsqueda incesante de los cuerpos de nuestros seres queridos. Las horas y los días transcurrieron en cámara lenta, y en medio de la impotencia generalizada todos fuimos -cualitativamente- menos libres. En el momento más oscuro de la crisis, salvarte no dependía de qué tan grande tuvieras el todo terreno o cuánto dinero tuvieras en la cuenta corriente. El miedo facilitó la comprensión de que, frente a la opresión del enemigo invisible, la libertad solo podía prevalecer con un Estado que cuide de todos y con el esfuerzo de los trabajadores más humildes de nuestro país.

Esta fue la lección: La maximización de la libertad implica asumir al Estado como el proveedor de servicios públicos que nos permitan, indistintamente de nuestra condición económica, emanciparnos de la necesidad. Defender la libertad, en este caso, suponía ocupar el dinero de nuestros impuestos para, en la mayor medida posible, proporcionar una cobertura de salud oportuna y gratuita, controlar el precio de los bienes de primera necesidad, velar por la estabilidad de nuestros trabajadores; mover, en definitiva, el engranaje del Estado para superar la tormenta.

Por eso es que resulta una paradoja que, aún hoy, en nombre de la libertad, las élites que terciarán en las próximas elecciones con la etiqueta de la alianza CREO-PSC sigan proponiendo una gerencia privada de los hospitales públicos y la implementación de zonas francas en el sector salud, como si luego de la mayor amenaza que vivió nuestra generación, con sus insultantes cifras de fallecidos y personas desamparadas, la única conclusión a la que tuviéramos que llegar sea la de ponerle un precio a nuestra salud. Y es que inaugurar un sistema de zonas francas consiste, ni más ni menos, en una exoneración de impuestos a empresas privadas para que sean éstas las que presten el servicio sanitario a la población, con lo cual, por mucho que nos intenten convencer de lo contrario, la gratuidad de nuestro derecho no podrá estar garantizada, ya que será el capital quien elija a los pacientes y no al revés.

En la otra orilla, la alianza UNES plantea poner al presupuesto para la salud por encima de cualquier otra obligación, dotar a los hospitales públicos de óptimo equipamiento, garantizar el acceso gratuito a medicinas (incluida la vacuna para el Covid-19), fortalecer las capacidades de los médicos -nuestros héroes anónimos- y reconocerles un oportuno y justo pago de sus remuneraciones. Pero no todo queda allí. Desde la comprensión de que la salud no se puede discutir únicamente en términos económicos y de gestión, propone un conjunto de medidas que no solo tienen que ver con los hospitales, sino también con la calidad de vida de nuestro pueblo: seguridad alimentaria, vivienda, acceso a agua potable, alcantarillado, deporte y lucha contra la malnutrición infantil.

Así, ya instalados en 2021, la disputa político electoral se presenta en la forma de una disyuntiva entre libertad para el mercado o libertad para la gente, o, en los términos de Pierre Bordieu, entre un “uso cínico” o un “uso clínico” de la experiencia de la pandemia. El primero es el sueño de cualquier capitalista del desastre: dinero público, clientela privada y beneficio asegurado, a costa de la calidad de vida de la gente; es el que representa Lasso y su propuesta de privatización de la salud vía zonas francas y gestión particular de las clínicas del Estado. El segundo es una apuesta por la dignidad humana, ya que parte de la premisa de que nuestra salud no puede estar sujeta a los caprichos del mercado y que los ciudadanos sanos son la base de una nación sana; es la propuesta de Arauz.

Por tanto, lo que se definirá en la contienda democrática es si las razones que van a sustentar el nuevo acuerdo de país seguirán siendo las razones de las élites, en una suerte de “sálvese quien tenga capacidad para pagar”, o serán las razones de la mayoría empobrecida y desposeída de cada vez más derechos, que reclama la presencia de un Estado que nos proteja y nos nivele. Sea como fuere, lo cierto es que, por mucho que algunos desearían haberse seccionado de sus sociedades, sin tener nada que ver con su pueblo, el virus nos ha recordado que somos seres comunitarios e interdependientes. Por caso, si fuera apenas un segmento de la población y no la población en su conjunto la que se vacune, no erradicaríamos la pandemia.

De ahí que, si amamos la libertad, debemos entender que ésta no puede ser alcanzada de forma aislada, remando cada persona para su molino. Muy por el contrario, la libertad supone comprometerse con la idea de bien común; encontrar las palancas que, correctamente aplicadas, nos permitan elevarnos por encima de nuestros dolores individuales para darles así un significado político. La libertad no es carecer de límites sino establecerlos colectivamente, es defender la existencia de servicios públicos que nos conduzcan hacia un futuro de radical igualdad de oportunidades, y para ello resulta necesario dejar de mirar a la política con esa mezcla de resignación, apatía y enfado improductivo. En este año debemos acudir a las urnas siendo conscientes de que tenemos una gran responsabilidad histórica. Asumamos el compromiso de votar por la libertad, porque el futuro nos pertenece.

Nació el mismo día que Julio Cortázar (26 de agosto), y en el lenguaje cortazariano puede decirse que tiene mucho de “cronopio” y nada de “fama”. Es guayaquileño de nacimiento, pero de raíces manabas y esmeraldeñas. Abogado de profesión (UCSG) y músico por vocación. Es máster en argumentación jurídica por la Universidad de Alicante (España) y en derecho constitucional por la Universidad Andina Simón Bolívar (sede Ecuador). Actualmente se desempeña como defensor público en las áreas de constitucional y movilidad humana de la Defensoría Pública de Guayas. Es vocalista de la banda guayaca de punk-rock No Big Deal (trad. No Es La Gran Cosa). Abeja de La Kolmena desde octubre de 2017.

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